jueves, 13 de diciembre de 2007

Las Madres del Amor


“Tenemos que ir a la Plaza de Mayo, que nos vean todos” dijo energicamente Azucena Villaflor de De Vicenti, cansada de las evasivas que venía escuchando al intentar ser recibidas por el presidente de facto Jorge Rafael Videla y sin saber que ese día comenzaba a escribir una de las páginas más heróicas de la historia argentina. Ese 30 de abril de 1977, Azucena junto a otras trece compañeras en el dolor fueron por primera vez a la histórica plaza, entonces semivacía, a reclamar por sus hijos desaparecidos. La orden de circular que les dió la policía provocó que nunca dejaran de caminar alrededor de la pirámide de la plaza. Con el tiempo, los sábados se transformaron en jueves; y esas catorce madres se transformaron en cientas que nunca faltaron a la cita durante los últimos treinta años.
Lucharon contra una sociedad que no entendía, o no quería entender lo que ellas reclamaban, y que en gran parte las tildaba de locas mientras gritaba idiotizada los goles de Kempes en el Mundial 78.
Lucharon contra un periodismo cobarde que publicaba una y otra vez que “los argentinos somos derechos y humanos” y que no fue capaz de publicar absolutamente nada luego de la peregrinación anual a Lujan de 1977, fecha en que un grupo importante de Madres, con la intención de darse a conocer, caminó hacia la basílica con pañales blancos (los pañuelos vinieron después) y carteles que mostraban fotos de sus hijos secuestrados y desaparecidos.
Lucharon contra ratas como el teniente Alfredo Astiz, que haciéndose pasar por el hermano de un desaparecido se infiltró en la organización y luego señaló y secuestró a Azucena Villaflor de De Vicenti, a Esther Ballestrino de Careaga y a María Ponce de Bianco, cuyos cadáveres aparecerían en las costas de San Bernardo y de Santa Teresita entre diciembre de 1977 y enero de 1978.
Hoy, treinta años después, cada jueves vemos a estos símbolos del amor y del coraje con su lento caminar y codo a codo, mostrando las heridas de un pasado que no podemos olvidar.
Hoy que cientos de miles de argentinos se detienen a aplaudirlas y a acompañarlas en su marcha.
Hoy que los periodistas ya no tienen miedo y muchos se cuelgan de sus pañuelos.
Hoy que ya no caminan solas, vaya mi recuerdo, respeto y admiración a esas primeras valientes protagonistas de una época en que el país estaba gobernado por cobardes, y a todas aquellas otras que se fueron agregando con el tiempo y hoy, como dijo Chávez en el estadio Ferro, son Madres de todos nosotros. A las Madres del Amor, a las Madres de la Dignidad, a las Madres de Plaza de Mayo.

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